Final de verano. Las hordas de turistas abandonan las costas y regresan a sus guaridas hasta la llegada del próximo solsticio. Y nuestras playas dejan de ser un vertedero de gentes que profanaron durante sesenta días seguidos tan sacrosantos lugares, para convertirse de nuevo en paraísos cercanos, en nuestros reductos de siempre. Setiembre y octubre, ¿porqué habéis tardado tanto? Nos habéis traído la racionalidad. Por fin podré dejar de repartir entre los fumadores que aplastan las colillas de sus cigarros o de los porros en la arena, esos ceniceros de plástico con tapa que recojo en la Consejería de Medio ambiente para tal fin.
Y tampoco sufriré contemplando horrorizado cómo los críos y los padres de los críos, armados con palos y reteles, capturan indefensos cangrejitos por las rocas, para dejar que fenezcan en el agua recalentada de sus calderitos rosas. A partir de ahora me regocijaré admirando el espectáculo de ver cómo las crías de mejillón y las lapas se van recuperando tras el martirio al que fueron sometidos. Hasta "Chico" correteará a sus anchas por un territorio que estuvo dos meses vedado para él, en beneficio de veraneantes de baja estofa, y domingueros. Y espero también que, aquel salvaje al que amenacé con denunciar a la protectora de animales si continuaba arrojando a las olas a un cachorrito de Setter de dos meses que aullaba aterrado (me dijo que era para enseñarlo a nadar.), a lo largo del invierno caiga en que un perro es un ser vivo como él, sólo que más racional e inteligente.
Eso si no lo abandona antes en la cuneta de alguna carretera. Sí, ya sé que cada año por estas fechas es siempre la misma cantinela, pero es que, cada año, es peor. Los surfers, especialmente los del litoral norte español, tenemos tradicionalmente asumido, por la buena fama que le antecede, que el otoño es la estación surfera por excelencia. Pero puede alcanzar el calificativo de sublime si se dan una serie de condicionantes que, lo normal, es que sólo disfrutemos en sueños.
Esta foto, por ejemplo. Llegas al sitio y te encuentras con largas olas perfectas rompiendo, y un único tío en el agua. Esperas para verlo coger una y por el estilo distingues a tu colega. Te pones el traje a toda hostia, coges la tabla y bajas por las escalinatas que hasta te dan los pies en el culo.
Remontas hasta el pico después de varias docenas de cucharas, y tu amigo te recibe con una sonrisa y un afable: "¿Dónde coño estabas metido mamón?", en lugar de un mal gesto y: "¿Dónde hostias crees que vas listo?". Luego, dos horas de surfing sin que aparezca ni un alma más. No te lo puedes creer. La conjunción planetaria del surfing: viento perfecto, swell perfecto, olas perfectas, coeficiente perfecto, total ausencia de locales legales o de locales enfadados…, se da muy pocas veces pero, cuando surge, es para recordar durante años. Sucedió una mañana a finales de setiembre, muy cerca ya del otoño, mientras cientos de surfers buscaban olas desesperadamente, de un lado a otro. ¡EL PUNK NO HA MUERTO!
jueves, 15 de mayo de 2014
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